Guste o no, los autos eléctricos llegaron para quedarse y cada vez habrá más circulando. Si bien en muchos aspectos estos modelos son más simples que sus compañeros de combustión e híbridos, tienen muchas necesidades especiales y una de ellas está en los neumáticos.
La primera gran diferencia entre dos vehículos similares, pero con sistemas de propulsión diferente, está en el peso. Las baterías suman kilos, muchos kilos, y si bien están concentradas en el piso para bajar el centro de gravedad, tienen un impacto en los neumáticos que deben sopor su masa. Los componentes generales de las ruedas son los mismos, pero los materiales, estructuras y resistencia a las cargas tienen que ser específicas.
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Un problema adicional al peso es que muchos de estos nuevos vehículos a baterías son rápidos, al menos en aceleración, y que los motores eléctricos entregan mucho torque de manera casi inmediata. Además de la aceleración en línea recta, están las curvas y el frenado, por eso los desarrollos tienen que amparar resistencia, duración y agarre, pero sin descuidar un punto que suele ir en contra de lo anterior, la baja resistencia al rodamiento para que no suban los consumos.
Finalmente hay una ventaja adicional de los autos eléctricos que para los fabricantes de neumáticos es un problema, la falta (o baja) rumorosidad mecánica. Una de las soluciones es trabajar en el propio dibujo de la goma, pero hay otras novedades como emplear espuma de poliuretano que se pega dentro del propio neumático.
Cuándo se estrenaron los neumáticos del tipo RunFlat causaron algunas molestias ya que su rigidez conspiraba contra el confort de marcha al hacerlo más áspero. ¿Tendrán problemas similares los autos eléctricos? El tiempo dará la respuesta.